Sea sensato y concéntrese

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El pasado 28 de julio, escribí un análisis sobre el artículo de Eliot Cohen publicado en The Atlantic, en el que se argumentaba que el presidente Joe Biden debería dar un paso al costado y permitir que otro demócrata ocupe el lugar como candidato del partido para las elecciones presidenciales de 2024. Lo más interesante de este artículo no era necesariamente su contenido, sino cómo parecía inaugurar un nuevo subgénero dentro del análisis político: el ensayo sofisticado que elogia a Biden por sus logros, pero concluye que su edad es una amenaza para la victoria demócrata. Es decir: “lo hizo muy bien, pero ahora debe irse”.

Esta narrativa, aparentemente bienintencionada, se ha vuelto casi una plantilla editorial. Tanto es así que David Ignatius —columnista de The Washington Post conocido por su enfoque en política exterior— publicó recientemente un texto casi idéntico, repitiendo los mismos puntos, aunque con un tono más directo. La estructura es ya familiar: Biden salvó la democracia en 2020 al derrotar a Trump, ha sido un presidente exitoso en muchas áreas, pero su edad representa un riesgo político demasiado grande. Por tanto, se sugiere que debería retirarse con dignidad y dar espacio a una nueva generación.

Ignatius incluso fue más allá al plantear inicialmente que Biden debería “moderar a Kamala Harris” y abrir el proceso de selección de vicepresidente, como si eso fuera una forma simple de rediseñar todo un ticket presidencial ya establecido. Sin embargo, poco después, él mismo reconoce lo obvio: que remover a Harris o abrir una disputa interna a estas alturas sería una “batalla campal” que podría alienar a electores clave, especialmente mujeres negras, que son una de las columnas vertebrales de la coalición demócrata. “Biden podría terminar siendo aún más vulnerable”, admite Ignatius.

Exactamente. ¿Y recién ahora se dio cuenta?

Es fácil teorizar escenarios desde la comodidad del análisis político. Pero si alguien realmente cree que un presidente en funciones puede simplemente anunciar, a un año de las elecciones, que no se postulará y que eso desencadenará un proceso fluido y democrático, está profundamente desconectado de la realidad política contemporánea. Lo que realmente pasaría es un caos. Un vacío de liderazgo que desataría una guerra interna en el partido, con múltiples candidatos disputando en unas primarias comprimidas, desordenadas y altamente divisivas.

De hecho, el propio Ignatius admite que “no hay una alternativa clara a Biden” en este momento. No hay un relevo preparado esperando entre bambalinas, listo para liderar una transición ordenada. Eso, según él, es una de las razones por las que Biden insiste en seguir adelante con su candidatura. Y tiene razón. El vacío no es solo de nombres, sino también de experiencia, liderazgo, y preparación para enfrentar a una figura como Trump, que ha demostrado ser un oponente electoral formidable.

La idea de que “la democracia encontrará un nuevo liderazgo” suena bien en teoría. Es el tipo de frase que hace sentir optimismo y que se repite en paneles de televisión o en columnas editoriales. Pero la política real no funciona con eslóganes. Y en un contexto tan delicado como el actual, con un posible regreso de Trump en el horizonte, sugerir un experimento tan radical como una sucesión abierta, sin un plan claro, es no solo ingenuo, sino irresponsable.

Lo que estos ensayos —por muy bien redactados que estén— no logran contemplar es el nivel de disrupción que una decisión así generaría. No es solo una cuestión de reemplazar un nombre por otro. Es desmantelar una estrategia de campaña ya en marcha, es reconfigurar alianzas internas, es exponer vulnerabilidades ante una oposición republicana cada vez más disciplinada en torno a su líder, por controvertido que sea.

Sí, la edad de Biden es una preocupación legítima. A sus 81 años, es el presidente más longevo en la historia de Estados Unidos. La posibilidad de que su salud física o mental se deteriore no es una paranoia, es una realidad estadística. Pero el partido ya tomó esa decisión cuando lo nominó y lo eligió en 2020. Y desde entonces, Biden ha liderado con competencia. Ha logrado aprobar leyes históricas, gestionar una recuperación económica compleja, y mantener a la coalición demócrata unida. No es perfecto —ningún presidente lo es— pero sugerir ahora, en pleno avance del ciclo electoral, que dé un paso al costado, es jugar con fuego.

Hay una gran diferencia entre reconocer un riesgo y detonarlo tú mismo. Muchos de estos comentaristas —en especial los centrados en política exterior— parecen ver la política doméstica como un tablero de ajedrez donde pueden mover piezas a voluntad, sin entender que cada movimiento tiene consecuencias impredecibles. Estos textos parecen más bien ejercicios de “lluvia de ideas” transformados en columnas serias, sin pasar por el rigor de evaluar los efectos reales de sus propuestas.

La política estadounidense actual es frágil. La democracia ha resistido ataques muy graves en los últimos años, y el retorno de Trump —o de un trumpismo renovado— representa una amenaza real. No es tiempo de experimentos. No es momento para ensayos idealistas sobre “nuevos liderazgos” que podrían o no emerger de unas primarias relámpago. Es tiempo de consolidar, de cerrar filas, de enfocarse en lo que realmente está en juego.

Por eso, aquellos que realmente quieren evitar un segundo mandato de Trump deben aceptar la realidad como es, no como desearían que fuera. El escenario ya está puesto, y Biden es el candidato. Lo que queda por hacer no es presionarlo para que se haga a un lado, sino apoyarlo, fortalecer su campaña, cubrir sus flancos, y movilizar al electorado con estrategia y realismo. Quejarse públicamente solo alimenta la narrativa del caos y la división dentro del partido.

La ventana para un relevo ordenado ya se cerró. Ahora lo que corresponde es trabajar con lo que se tiene, no fantasear con soluciones que no existen. Biden ya derrotó una vez a Trump. No será fácil, pero puede volver a hacerlo. Pero eso solo será posible si todos los que están comprometidos con la democracia dejan de escribir columnas especulativas y empiezan a construir una coalición sólida, disciplinada y enfocada en la victoria.