En las últimas horas, se ha desatado un torbellino mediático tras la declaración de Donald Trump sobre la prohibición del aborto con corte en seis semanas impulsada por Ron DeSantis en Florida. Con estilo inconfundible, Trump calificó esta ley como “un factor horrible y un error horrible”. Y, como era de esperar, los titulares se han multiplicado: ¿será esto una señal de que Trump está cambiando su postura sobre el derecho al aborto? ¿Se convertirá en un adalid del derecho a decidir? ¿Será esto algo tan disruptivo que ayude a los demócratas en la campaña?
Para muchos analistas y periodistas, la reacción de Trump plantea una grieta inesperada. Reporteros, editorialistas y comentaristas abren preguntas razonables —aunque profundamente erradas en su enfoque—: si Trump ahora se opone a la restricción a las seis semanas, ¿es porque apoya el aborto —y por lo tanto ha traicionado la base republicana—? O peor, ¿está manipulando el tema para atraer votantes demócratas? Incluso estamos viendo cierto nerviosismo en círculos demócratas que se preguntan si esta será alguna jugada maestra capaz de robar votos en el electorado progresista.
Pero he aquí el punto ineludible: no esperes que los grandes medios te lo digan directamente. No esperes que clarifiquen que pensar que Trump se haya transformado en un paladín de los derechos reproductivos es absurdo o simplista. Como siempre, la prensa preferirá amplificar la última trifulca en Twitter o el siguiente giro argumental, antes que entrar en una explicación coherente sobre los incentivos estratégicos detrás de la movida.
La realidad es mucho más simple y fría: Trump sigue jugando al abogado de la amplia coalición conservadora que lidera, y lo hace explotando disputas internas en el Partido Republicano. Al denostar públicamente a DeSantis por una legislación tan radical, Trump busca reforzar su imagen de centrista duradero, hablarle al ala “establishment” del partido que teme que una retórica demasiado extrema lo haga perder el voto independiente en estados clave.
Pero no te equivoques: Trump no defiende los derechos reproductivos ni está abrazando el derecho al aborto. La jugada es puramente táctica y calculada. De hecho, le ayuda a reforzar su posición como líder indiscutido del Partido Republicano: al destacar que él puede equilibrar entre la ortodoxia conservadora y el pragmatismo electoral, muestra que solo él puede mantener unido el partido —y ganar.
¿Qué deberían hacer los demócratas?
Aquí es donde reside una oportunidad de oro para Joe Biden y la bancada demócrata, pero sin complicarse en debates filosóficos aburridos ni liderar discusiones académicas. Lo que deberían hacer es, simple y contundente: pedirle a Trump que respalde una ley federal que reemplace las prohibiciones extremas de aborto en los estados rojo profundo, incluídas las de seis y 15 semanas, y que asegure el derecho legal al aborto en todo el país.
Y aquí reside el poder simbólico de la propuesta: si Trump realmente cree que las prohibiciones son “un error horrible”, debería demostrarlo con hechos. Ojalá se anime a proponer una reforma clara y unificadora, y provocar a sus rivales republicanos. Eso sería un gol imposible para la campaña demócrata: lo desarmarían hablando su mismo lenguaje.
Y al otro lado, Biden podría aprovechar esta división republicana para posicionarse como el verdadero defensor de este derecho por acción real, no palabras vacías. Con un mensaje del tipo “Trump no está convencido en lo más mínimo. No considero sus gestos vacíos. Yo firmaría una legislación para proteger el derecho al aborto en toda la nación”. Eso sí, sin necesidad de elevar el tono ni polarizar todavía más el debate, sino poniendo la responsabilidad en manos de Trump y los republicanos.
¿Por qué este giro de Trump no cambia el juego?
Porque hay una diferencia clave entre la demagogia y la política práctica. Cuando Trump fustiga una idea radical como la prohibición total, no está corrigiendo el rumbo del partido… simplemente está reiniciando el tablero donde él es el estratega. No está pidiendo protección legal para las mujeres, sino una flexible estrategia electoral.
El juego de significados se lee de esta forma: él jamás se identificará completamente con el extremismo de DeSantis, pero está perfectamente dispuesto a decirlo públicamente para reforzar su posición central. Está “desmarcándose” de algo que cree que podría dañar su campaña presidencial en 2024, sin comprometer su discurso pro‑vida en rojos más duros, donde seguirá presionando fuertemente contra el aborto.
Y ante esto, cualquier intento de analizarlo en términos estrictamente ideológicos —“¿ahora está a favor del derecho a decidir?”— es perderse en el laberinto. No se trata de una prueba de convicción, ni de un reversion político genuino. Es solo el siguiente movimiento maestro en el tablero de jaque.
Cómo confrontar a Trump con sentido
Se dice una y otra vez que las campañas de Trump se alimentan del caos mediático que generan. Sacan un tuit provocador, los medios lo replican en bucle, se convierten en tendencia y después aparecen decenas de videos de análisis político en YouTube. Luego, él mismo retuitea esos mismos analistas que le dan cobertura. Es un ciclo perfecto, un ecosistema artificial que multiplica su influencia sin que éste declare un solo eslogan político profundo.
Y la forma en que hay que contrarrestarlo —no desde la lógica racional, sino desde su propia caja de herramientas— es transformando ese caos en una elección clara: “O tú firmas una ley federal que proteja el derecho al aborto, o estás fingiendo otra performance política”.
Porque la disputa no es conceptual: es acción legislativa. Si él cree que es un error prohibir a las mujeres abortar a seis semanas, debería demostrar que lo entiende con hechos, no con declaraciones.
En resumen
Trump calificó la ley de aborto a seis semanas de “horrible” y eso ha generado titulares.
Algunos creen que esto representa un cambio en su posición ideológica. No es así.
Se trata de un movimiento táctico para reforzar su estatus dentro del Partido Republicano y en la campaña, y hablarle a votantes moderados sin descartar a las bases más conservadoras.
Los demócratas deberían desafiarlo directamente: “apoya una ley federal que reemplace las prohibiciones extremas que él mismo criticó”.
Esta estrategia evita entrar en disputas conceptuales o románticas; demanda acción legislativa.
Para Trump es un nuevo juego; para los demócratas, puede ser la trampa perfecta.
En otras palabras: combatir a Trump en su terreno, con su lógica retórica, para dejarlo en evidencia. No serviría una respuesta técnica o académica; lo que hará mella será exponer la inconsistencia dramática entre sus palabras y su inacción legislativa.